El sol pegaba de lleno en las armaduras de los caballeros, todos mirábanse de reojo entre sí, pero ninguno se atrevía a decir algo. Ella, sentada en el suelo, tocando con sus manos el pasto de su alrededor, sabiéndose observada, los miraba a ellos, con su pelo negro como la sombra de la noche. Reflejaba el sol dejando parcialmente ciegos a sus observantes, su vestido que la distinguía como una princesa torneaba cada centímetro de su cuerpo volviéndola más sensual aun. La suave brisa parecía acompañar los suaves movimientos que ella realizaba. Pero lo que más sorprendía era su piel, ya desde la distancia parecía ser suave, las mejillas rosas incitaban a querer acariciarlas y sus labios, carnosos y rojos pedían a gritos que los beses.
La belleza de aquella princesa ya había vencido a grandes ejércitos, los soldados al verla tan hermosa se rendían a sus pies, antes de levantar siquiera su espada, lanza o arma que llevasen. Incluso los magos más poderosos rechazaban su magia para poder mirarla aunque sea unos segundos. Su belleza se tornaba adictiva, para aquel que la viera.
Pero he aquí el problema tal belleza. Condenaba a la princesa. Todos la amaban, pero inmediatamente se ponían a sus pies, si ella decía vayan a buscar por el mundo un pájaro que largue fuego por su boca y no vuelvan hasta encontrarlo, todos los presentes lo hacían y como aquel pájaro no existe jamás volvían. Tenía más riqueza que cualquier rey del mundo, tenía y obtenía lo que quería pero solo le faltaba una cosa. Alguien que fuera capaz de amarla por su esencia y no por su superficial belleza.
Fue así que cansada de ver que los hombres abandonen a sus familias por ella, abandonen mujeres y todo lo que tengan solo con la mínima esperanza de que ella los elija, tomo una gran decisión. Llamo a un grupo de hombres y algunos hechiceros y dijo a ellos: construirán alrededor mío, muros tan gruesos como los de mi castillo, y los hechiceros, harán que solo un hombre, capaz de amarme por como soy y no por mi belleza los traspase. Ninguno de ustedes podrá hacerlo, soy hija de dios, y de ahí mi superior belleza. Pero solo aquel que logre tratarme como humana será capaz de conseguir mi amor, y hacer que sea capaz de salir de ahí. no hagan que tenga hambre ni que me falten cosas necesarias para vivir. Luego de esas palabras ella se sento en el piso y mirándolos empezó a tocar el pasto del suelo.
El sol pegaba de lleno en las armaduras de los caballeros, todos mirábanse de reojo entre sí, pero ninguno se atrevía a decir algo. Ella, sentada en el suelo, tocando con sus manos el pasto de su alrededor, sabiéndose observada, los miraba a ellos, con su pelo negro como la sombra de la noche. Poco a poco, con lágrimas en sus ojos, pero incapaces de negar las palabras de su princesa, empezaron el arduo trabajo, primero unos pocos hombre, luego centenares, y todos construyeron lo que sería una prisión para semejante belleza.
Al cabo de muchos años, quizás cien o más el mundo había olvidado a la princesa, solo se contaban historias que empezaban con “hubo una vez una princesa”…
Pero nunca con “hay una princesa”, dejándola así en el olvido más profundo.
Justamente ese olvido era lo que la princesa quería, ella sacrifico la riqueza del mundo, el poder del mundo, más de lo que una persona podría obtener, todo, en busqueda del amor, ella sabía que costaría muchos años, quizás mil, pero como era hija de dioses, sabía que siempre viviría porque era inmortal y también sabía que podía transmitirle la mitad de su vida a aquel hombre que amara. Y así lo hiso:
Caminaba un hombre ciego por un bosque, perdido, sin rumbo aparente y asustado. Las horas pasaban y ya cansado de caminar se apoyó en lo que él creía era un árbol cuando este se desvaneció y cayó de espaldas a los pies de una bella mujer, la princesa, ella sabiendo que él era su hombre porque fue capaz de romper el conjuro, se enamoró y el al ser ciego se enamoró con el tiempo de lo que realmente era ella y no de su belleza exterior. Siendo así felices los dos.
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